viernes, 8 de febrero de 2013

jueves, 7 de febrero de 2013

Violeta Urtizberea: "Uso el humor para quitarle drama a la vida"


A los 27, estrena convivencia y atraviesa una gran etapa con su papel de Gaby en Los graduados; en una charla íntima habla de su pareja, el trabajo y las cosas que la sensibilizan.


Si ahora estamos en un bar de Palermo y no tomando mate en su casa, es porque ella temía que Francisca nos molestara durante la entrevista. Francisca es la cachorrita de seis meses que Violeta Urtizberea adoptó junto con su novio. La responsable de muchas de sus preocupaciones, casi un ensayo maternal. "Estamos enloquecidos con la perra, como padres -nos cuenta entre risas-. Duerme con nosotros y nos encontramos diciendo que se porta muy mal... Cuando fue el primer día del paseador, por ejemplo, la despedimos en la puerta y después preguntamos todo: '¿Cómo estuvo?, ¿interactuó con los otros perros?'", dice con esa espontaneidad que arranca sonrisas. Y si no saca ella a pasear a Francisca, aclara, es porque está trabajando mucho, demasiado: a su papel en Los graduados se suman dos obras de teatro (Isósceles, que protagoniza junto con Dolores Fonzi, y A dónde van los corazones rotos, en el Centro Cultural Rojas), más una película que se acaba de estrenar: No te enamores de mí. Ah, también da clases de teatro. Como si fuera poco, en la vida real, está debutando en un papel: ¡el de concubina!

¿Hace mucho que estás en pareja?
Desde hace un año y medio. Y hace cuatro meses que vivimos juntos.
¿Cómo viene la convivencia?
Bien, re bien. El primer mes fue desastroso; nos mirábamos y decíamos: "¿Qué hicimos?", y entonces vimos que habíamos firmado un contrato de alquiler ¡por dos años! Pero se pasa, ahora estamos muy bien, es divertido... También difícil, ¿eh?
¿Cuál es la parte más complicada?
Y, supongo que es que empezás a ver tus miserias. Toda mi parte jodida, de tratarlo al otro de inútil, como que yo siento que todo lo voy a hacer mejor... Llega un momento en el que te tenés que relajar y dejar hacer al otro.
¿Qué cosas a él no le gustaron de vos?
Y, justamente eso, mi parte jodida. Y además, que soy muy desordenada.
¿Él es actor también?
Nooooo, no me suelen gustar los actores, hay algo que no me atrae del actor, lo encuentro un poco afeminado. Mi novio es dibujante, hizo la carrera de Diseño de Imagen y Sonido y combina las dos cosas, hace animaciones.
¿Ya tenías ganas de convivir con alguien?
Tenía ganas de convivir, porque pasé mucho tiempo de novia, noviazgos de dos años, uno atrás de otro. Me gusta estar de novia, y nunca había convivido.
¿Nunca se te había cruzado la idea por la cabeza?
¡Siempre! Yo a los dos días de empezar una relación ya quiero casarme, quiero convivir, ¡todo! Por suerte, los hombres son más prudentes, y entonces el tiempo pasa y esas ganas iniciales se empiezan a ir. Pero esta vez no se fueron. Podríamos haber seguido como estábamos, vivíamos a diez cuadras y estaba todo bárbaro. Pero nos parecía que estaba bueno. Y mejor no seguir estirando, porque una se va poniendo cada vez más mañosa...
¿Seguís dando clases de teatro?
Sí, me encanta, está buenísimo tener ese espacio. Ahora que estoy con muchas cosas, me da un poco de fiaca, pero el otro día fui y la pasé re bien. Es un lugar más reflexivo en un punto, de observación, y me ayuda en todo sentido: me gusta enseñar y, como actriz, aprendo mucho ahí.
Arrancaste desde muy chica tu profesión, sos hija de artistas, hacés tele, teatro cine, enseñas teatro... ¿Hay algo en tu vida que no tenga nada que ver con lo artístico?
Ay, últimamente no. Bueno, pero mis amigos no son todos actores. No me gusta estar todo el día rodeada de actores, me satura estar hablando todo el tiempo de la actuación. Tengo un montón de amigos que son actores y los quiero un montón, pero a veces me agobia. También me gusta conocer otras cosas. Cuando terminé el colegio, me metí dos años en la facultad a estudiar Psicología, también hice un curso de Filosofía en el Rojas... Hay algo de lo académico que me gusta mucho.
Eras la rebelde en el seno de una familia de artistas...
Totalmente, mi viejo me decía: "¿Para qué vas a la facultad?". Igual, mi mamá es profesional, es asistente social. Era actriz antes, estudió de grande. Es que me interesa, quiero entender el comportamiento humano.
Es raro imaginarte en algo filosófico, se te ve más ligada al humor...
Sí, es probable. Cuando me metí en la facultad, antes de arrancar Psicología, pensé en estudiar Filosofía, pero la descarté porque me parecía una carrera un tanto oscura, tanta introspección me pesaba un poco. Hay algo de lo existencial que tiene la filosofía que es enroscado, y yo soy enroscada. Lo trabajo y trato de no conectarme con eso, porque la paso mal.
¿Cómo hacés para no conectarte con eso?
En realidad, no sé qué hago... La otra vez, cuando se murió Spinetta, me pegó muy mal, no sé por qué tanto, porque si bien me encantaba lo que hacía, no era alguien a quien conocía ni nada. Creo que en algún punto lo relacioné con mi papá. Fui al psicólogo y le dije que no me quería morir, y me dijo que canalizara esos sentimientos en la actuación, que no hay una solución, la angustia de muerte es el gran tema de la humanidad. Así que yo trato de canalizar esas angustias actuando.
Es loco, porque tu personaje de Los graduados es luminoso, es muy divertido... ¿Podés llevar esa energía de angustia y transformarla en lo que vemos en la pantalla?
Quizás en Los graduados no tanto, pero hago una obra en el Rojas que se llama A dónde van los corazones rotos. Ahí sí abordo el tema y de verdad me sirve mucho.
Hablando de Los graduados y de tu papá: volviste a trabajar con él después de mucho tiempo...
Sí, hacía mucho que no trabajábamos juntos, y fue una decisión...
¿De quién?
¡Mía! Yo la tomé, los padres no toman esa decisión. Si fuera por él, trabajaría siempre conmigo...
¿Cómo tomaste la decisión?
Sebastián (Ortega) me llamó, y después de que le dije que sí, me enteré de que iba a estar mi papá. Fue medio fatal para mí en ese momento. Lo hablamos y me dijo que no me iba a molestar. Y la verdad es que coincidimos muy poco y se da todo muy naturalmente. Al principio, dije: "No, qué bajón", porque yo había decidido no trabajar más juntos. Pero ahora estoy contenta, me gusta reencontrarme con él en esta situación.
¿Podés tomar con naturalidad que el personaje que él hace es casi de la misma edad que el que vos hacés?
Sí, es algo que me chocaría si sucediera en la realidad, pero mi viejo es muy ubicado, no va a estar invadiéndome ni haciéndose amigo de mis amigos. Es un súper papá, se comporta como un padre común y corriente.
¿Por qué habías resuelto no trabajar más con él?
Porque tenía que hacer mi propio camino. Y además, llegó un momento en que las cosas que hacía mi viejo ya no eran las que me interesaban; me gustan, pero no tenían que ver con mi búsqueda, tenía que encontrar mis referentes, mis maestros, que mis padres en la actuación fueran otros.
¿Y ahora?
Ya no está ese conflicto, ya despegué. En ese sentido, sí estuvo bueno darme cuenta de que estaba todo bien, no había una tensión desde ese lugar.
¿Cómo te vas orientando en tu búsqueda profesional?
Por pura intuición. Las decisiones las tomo sola, puedo consultar, pero después resuelvo de acuerdo con mis ganas. Trato de no ser estratégica, no me gusta eso de "ahora me conviene hacer cine, porque hice televisión, y ahora me conviene hacer teatro". Disfruto mucho de actuar y voy registrando qué quiero.
Quiere decir que estás muy relajada.
Sí; después, obviamente, te surgen las angustias, eso de saber si hiciste bien. Una de las angustias más grandes del ser humano es tener que estar eligiendo todo el tiempo. Una vez que lo elegiste, ya está, pero el momento en que tenés que tomar la decisión es agobiante.
¿Qué cosas te sensibilizan?
De chiquita era una sensibilidad caminando. Mis papás son muy sensibles los dos, se les llenan los ojos de lágrimas por cualquier boludez. Mi viejo me decía: "Ya te vas a poner más fuerte", porque yo lloraba por cualquier cosa. Miraba una película en el colegio y lloraba, y mis compañeros se burlaban. Y es verdad, la vida te va endureciendo. Yo no disfruto de la angustia, hay gente a la que le gusta conectarse con esa parte, yo le huyo. Puedo pecar de negadora, pero la llevo como puedo, trato de no ver películas tristes porque me duelen en el alma, por ejemplo. Sí me gusta emocionarme con la felicidad, eso me lo permito más. De chica era bastante oscura. En la adolescencia fui muy dramática, se me venía el mundo encima.
¿Cuándo terminó eso?
Cuando me puse de novia, a los 15 años. Ahí se me solucionó un poco la vida; cuando estás enamorada, no te afectan tanto las cosas. Eso estuvo bueno, el amor me salvó. Igual, yo siempre tuve sentido del humor, no era una depresiva. Aun así, los volví locos a mis viejos.
¿Te imaginás cómo serías vos con tus hijos el día de mañana?
Ay, lo que no quiero es que lloren, no les quiero transmitir esos fantasmas míos a mis hijos, mis angustias... ¡No saben lo que era en la facultad cuando tenía que rendir un examen! Eso de exponerte y que te evalúen me mataba. Me sigue pasando a veces.
Tu trabajo pasa mucho por exponerte y que te evalúen...
Sí, pero en la actuación no lo padezco. En la vida social, de pronto, sí. Si hay dos personas hablando, ya pienso que me están criticando. No soy una paranoica grave, pero tengo ese mambo: me importa la opinión de los demás.
¿Con la ropa que usás también?
Sí, porque cuando era chica mis papás no tenían mucha plata y, más allá de lo económico, mi mamá no iba a estar haciéndome la trenza cosida o emprolijando el dobladillo del guardapolvo. Me vestían un poco zaparrastrosa, un desastre (risas). Y hay algo de ese complejo que me quedó: por más que me ponga el mejor vestido del mundo, interiormente nunca me voy a poder sentir la mejor vestida.
Pero ¿le das bolilla a lo que te ponés?
Sí, me divierte, y además soy medio consumista...
¿Usás las compras para aliviar algo?
Antes sí: estaba triste, entonces iba a comprar algo. Pero después me di cuenta de que no era la solución.
¡Así que ahora consumís en todos tus estados!
Exacto. Me gusta consumir, me gusta el momento de pagar.
¿Cómo es eso?
Es que a nosotros nos dan muchas cosas por canje, pero hay algo del consumo que no tiene que ver con tener, sino con comprar. Tiene otro valor. Me encantan los canjes, pero que me lo regalen no me da la misma satisfacción que elegir, comprar, pagar.
Si salís, ¿invitás vos?
Muchas veces sí, me encanta. Y me desagrada la gente tacaña, no lo soporto, entonces quizá me voy al otro extremo. Con lo único que no soy generosa para nada es con los libros. No los presto.
¿Por qué?
Porque los subrayo todos, escribo cosas, y terminan muy intervenidos por mí. No me pasa con otra cosa, pero si no me devuelven un libro, me da mucho fastidio.
Además de la gente tacaña, ¿qué otra cosa te molesta?
El maltrato, los malos modos, me parece insoportable... Eso de "yo soy así": no, cambialo, flaco. Yo soy muy cuidadosa en cómo me dirijo al otro, todos tenemos malos días, pero me cuido, trato de ser dulce, piadosa. No podría ser amiga de alguien que no se manejara así. Ni tampoco de alguien que no tuviera sentido del humor. Hay algo de un lenguaje, de un código que pasa por el humor, que es muy importante para mí. No banco a la gente muy susceptible, a la que le molesta que le hagan un chiste.
Pero ¿cuál es el límite para hacer chistes?
Bueno, claro, hay cosas que sabés que pueden lastimar al otro. Ojo, que también me parece que es lindo joder con eso: exorcizás la situación, se vuelve más liviano, lo tabú es como mucho peso, si le estás dando mucha importancia y no se puede hacer ni un chiste al respecto, lo volvés demasiado relevante. Por ejemplo, yo tengo mucho humor negro, a mí me gusta joder con la muerte, las enfermedades, y, como les decía, es algo que también me angustia mucho. Yo me tengo que reír de eso y de todo, porque es mi forma de bancarme la vida.