viernes, 27 de abril de 2012
jueves, 26 de abril de 2012
martes, 24 de abril de 2012
domingo, 22 de abril de 2012
viernes, 20 de abril de 2012
miércoles, 18 de abril de 2012
domingo, 8 de abril de 2012
Y si no entras en la vida de la persona que tenes en frente es porque esa persona no tenía que estar tampoco en tu vida. Y en ese punto te das cuenta de que no hay testaruda que valga, ni perseverancia que funcione, solamente queda irte y seguir con la teoría de sumar en vez de restar, encontrando gente que piense como uno, para que en un futuro no se vuelva a escuchar un pedido de retiro que nos vuelva a lastimar.
sábado, 7 de abril de 2012
miércoles, 4 de abril de 2012
Nunca, nunca en mi vida había pensado que él —tanto tiempo después — se acordase todavía. Éramos niños, vivíamos juntos y descubrimos el mundo cogidos de la mano. Yo le amé, si es que una niña puede entender del todo el significado del amor. Pero aquello había sucedido hacía mucho tiempo, en otra vida, donde la inocencia deja el corazón abierto a todo lo mejor que hay en la vida.
lunes, 2 de abril de 2012
— Escucha más tu corazón —prosigue.
— Eso es exactamente lo que hago: escucho —respondo—. Y prefiero salir de aquí. No me siento cómoda.
— No bebas más durante el día. No ayuda nada.
Hasta este momento me he estado controlando. Ahora es mejor decir todo lo necesario.
— Crees que lo sabes todo —digo—. Que entiendes de instantes mágicos, de niños interiores. No sé qué haces a mi lado.
Ella se ríe.
— Te admiro —dice—. Y admiro la lucha que estás librando contra tu corazón.
— ¿Qué lucha?
— Nada —responde.
Pero sé a qué se refiere.
— No te hagas ilusiones —contesto—. Si quieres, podemos hablar de eso. Estás engañada con respecto a mis sentimientos.
Ella deja de mover el vaso y me mira a la cara.
— No lo estoy. Sé que tú no me amas.
Eso me deja todavía más desorientada.
— Pero voy a luchar por eso —continúa—. Hay cosas en la vida por las que vale la pena luchar hasta el fin.
Sus palabras me dejan sin respuesta.
— Tú vales la pena—dice.
Yo aparto la mirada, y finjo estar interesada en la decoración del restaurante. Me estaba sintiendo sapo, y vuelvo a ser princesa. «Quiero creer en sus palabras —pienso, mientras miro un cuadro con pescadores y barcos—. No van a cambiar nada, pero por lo menos no me sentiré tan débil, tan incapaz.»
— Disculpa mi agresividad —digo.
Ella sonríe. Llama al camarero y paga la cuenta.