— Escucha más tu corazón —prosigue.
— Eso es exactamente lo que hago: escucho —respondo—. Y prefiero salir de aquí. No me siento cómoda.
— No bebas más durante el día. No ayuda nada.
Hasta este momento me he estado controlando. Ahora es mejor decir todo lo necesario.
— Crees que lo sabes todo —digo—. Que entiendes de instantes mágicos, de niños interiores. No sé qué haces a mi lado.
Ella se ríe.
— Te admiro —dice—. Y admiro la lucha que estás librando contra tu corazón.
— ¿Qué lucha?
— Nada —responde.
Pero sé a qué se refiere.
— No te hagas ilusiones —contesto—. Si quieres, podemos hablar de eso. Estás engañada con respecto a mis sentimientos.
Ella deja de mover el vaso y me mira a la cara.
— No lo estoy. Sé que tú no me amas.
Eso me deja todavía más desorientada.
— Pero voy a luchar por eso —continúa—. Hay cosas en la vida por las que vale la pena luchar hasta el fin.
Sus palabras me dejan sin respuesta.
— Tú vales la pena—dice.
Yo aparto la mirada, y finjo estar interesada en la decoración del restaurante. Me estaba sintiendo sapo, y vuelvo a ser princesa. «Quiero creer en sus palabras —pienso, mientras miro un cuadro con pescadores y barcos—. No van a cambiar nada, pero por lo menos no me sentiré tan débil, tan incapaz.»
— Disculpa mi agresividad —digo.
Ella sonríe. Llama al camarero y paga la cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario