lunes, 2 de abril de 2012

— Escucha más tu corazón —prosigue.

— Eso es exactamente lo que hago: escucho —respondo—. Y prefiero salir de aquí. No me siento cómoda.

— No bebas más durante el día. No ayuda nada.

Hasta este momento me he estado controlando. Ahora es mejor decir todo lo necesario.

— Crees que lo sabes todo —digo—. Que entiendes de instantes mágicos, de niños interiores. No sé qué haces a mi lado.

Ella se ríe.

— Te admiro —dice—. Y admiro la lucha que estás librando contra tu corazón.

— ¿Qué lucha?

— Nada —responde.

Pero sé a qué se refiere.

— No te hagas ilusiones —contesto—. Si quieres, podemos hablar de eso. Estás engañada con respecto a mis sentimientos.

Ella deja de mover el vaso y me mira a la cara.

— No lo estoy. Sé que tú no me amas.

Eso me deja todavía más desorientada.

— Pero voy a luchar por eso —continúa—. Hay cosas en la vida por las que vale la pena luchar hasta el fin.

Sus palabras me dejan sin respuesta.

— Tú vales la pena—dice.

Yo aparto la mirada, y finjo estar interesada en la decoración del restaurante. Me estaba sintiendo sapo, y vuelvo a ser princesa. «Quiero creer en sus palabras —pienso, mientras miro un cuadro con pescadores y barcos—. No van a cambiar nada, pero por lo menos no me sentiré tan débil, tan incapaz.»

— Disculpa mi agresividad —digo.

Ella sonríe. Llama al camarero y paga la cuenta.

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