¿Las mariposas en la panza? ¿Los suspiros y la cálida sensación en el pecho? Son puras menudencias, estar enamorado apesta.
Cuando camino sola por la calle, el silencio circunspecto siquiera es silencio, porque se ensucia con el alboroto de su risa, de su voz. La mayoría de las veces me decido por ensordecerme con un poco de buena música, pero es inútil porque todavía no encuentro ninguna canción que no termine por recordármela "_esta bien, me rindo_", pienso cuando noto que ya ni la música me ayuda. Y resuelvo volver a prestar atención a mi andanza y caminar. Me recuerdo a mí mismo lo mucho que me divierte mirar a la gente por la calle e imaginar sobre sus vidas. A veces hasta les pongo nombres, y al volverlos a cruzar continúo mis divagaciones como si fuese la continuación del episodio anterior en una serie televisiva.
Pero ¿qué creen? Cada vez que cruzo a alguna pareja, automáticamente mi juego se ve conminado a abandonar la escena. Así, sin más. La ubicuidad se esfuma y asimismo mi simpático personaje de agorero. Y enseguida se me llena la cabeza de estúpidos anhelos, tales como estar con ella, que sea mía, o que fuésemos como esos dos.
Maldito devaneo, maldita epifanía sentimental y malditos los pensamientos plañideros.
Me fastidia la ternura que tiene cuando habla, me desquicia la desmesura de su belleza, me irritan mis ganas fragantes de besarla cuando está cerca, odio que me tenga frenopático.
Y quizás, también, me gusta demasiado.
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