A veces me divierto pensando qué hubiese sido de no haberla conocido. La historia de mi vida solía trazarse en hojas desordenadas. Hoy ella es mí antes y después. El decurso del tiempo se burla de mi desorientación, y cruelmente acrecienta los segundos que paso sin verla. Solía creer que todos buscamos lo mismo, que no sabemos qué es ni dónde está. Hace no mucho tiempo atrás, caminaba por ahí presumiendo mi entereza, pero un cielo de Abril me trajo silencioso al sol. Desde entonces jamás me sentí más vacía. Jamás deseé tanto poseer ninguna cosa. La pienso y me desvela, me duermo y la veo en sueños. Me desconozco. Con ojos escrutadores frente a mi reflejo, descubro dejos de sus besos nonatos, inexistentes. Una oquedad que me atraviesa y me corroe por dentro. La ventaja es que al menos conozco con exactitud la razón por la cual soy un envase vacío: al menos mi enfermedad tiene nombre y apellido. Y ahí va ella, desfalcadora. Ahí va, se lleva mi presunción, y mis reservas de coraje y de probidad intelectual. Dejándome sola con mi cobardía y mi actuación menguada. No me calma saber que en unos minutos este día morirá, sé que mañana será igual. Ensayaré discursos sordos que olvidaré cuando me pierda en la profundidad de sus ojos. Anhelaré con vehemencia que un beso suyo silencie mis vacilaciones.
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